lunes, 17 de enero de 2011

“La construcción del Estado”, por Álvaro García Linera

Conferencia “La construcción del Estado”
Álvaro García Linera, Vicepresidente de Estado Plurinacional de Bolivia
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires
8 de abril de 2010

Extraído de http://www.sociales.uba.ar/?p=2054



Muy buenas noches a todos ustedes, permítanme agradecer su presencia, su tiempo, su generosidad. En verdad me hallo profundamente emocionado por la presencia de cada uno de ustedes. Quiero saludar
respetuosamente a Sergio Caletti, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, y a Hugo
Trinchero, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, que han tenido la amabilidad de invitarme, primero a
la entrega de este honor como profesor y como investigador, como luchador, del Honoris Causa. Quiero
saludar también a las representantes de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, madres, no solamente de
los desaparecidos, sino de todos, de todos los que luchamos, de todos los que amamos la patria, de todos
los torturados, de todos los perseguidos, de todos los comprometidos en esta América Latina. Por ustedes
estamos aquí, de ustedes sacamos la energía para hacer lo que hacemos. Quiero saludar a los dirigentes, a
los representantes de las distintas organizaciones sociales, a los embajadores presentes, congresistas, y en
particular a mis compatriotas.
Es el inicio de un ciclo de conferencias del posgrado de la Universidad, y como tal, por respeto a la
Universidad y a las personas que han sido tan amables de invitarme, voy a moverme parcialmente en un
lenguaje académico, en un esfuerzo por brindar elementos académicos para nuestros profesores y
estudiantes. Pero está claro que voy a hablar de lo más profundo que tiene el ser humano, de sus
compromisos, de sus convicciones, de sus amores y de sus pasiones sociales. Voy a hablar de mi pueblo,
de Bolivia y de su revolución, de Evo Morales, del movimiento indígena. Voy hablar de lo que hoy estamos
haciendo en la patria para transformar las condiciones de opresión.
He elegido para esta conversación trabajar el concepto de Estado, en sus características y en sus
definiciones. Luego voy a pasar a definir este concepto en momentos de transformación revolucionaria. Y
voy a rematar en el horizonte de las transformaciones sociales, en el Estado, por encima del Estado y por
fuera del Estado.

En la actualidad, no cabe duda, que en al ámbito de las ciencias sociales, del debate en los movimientos
sociales, en las organizaciones sociales, en la juventud, en los barrios, en los sindicatos, en los gremios y
en las comunidades, hay un renovado interés por el debate, por el estudio, por la discusión en torno al
Estado, al poder.
Hay, por lo general, dos maneras de acercarse al debate en torno al Estado en la sociedad contemporánea,
latinoamericana y mundial. Por un lado, una lectura que propone que estaríamos asistiendo a los momentos
casi de la extinción del Estado, casi a la irrelevancia del Estado. Se trata de una lectura no anarquista (lindo
sería que fuera una realidad del cumplimiento del deseo anarquista de la extinción del Estado). No, al
contrario, es una lectura conservadora que plantea que en la actualidad la globalización, esta
interdependencia planetaria de la economía, la cultura, los flujos financieros, la justicia y la política
estuvieran volviendo irrelevante el sistema de Estados contemporáneo. Esta corriente interpretativa,
académica y mediática dice que la globalización significaría un proceso gradual de extinción de la soberanía
estatal debido a que, cada vez menos, los Estados tienen influencia en la toma de decisiones de los
acontecimientos que se dan en el ámbito territorial, continental y planetario; y emergería otro sujeto de los
cambios conservadores que serían los mercados con su capacidad de autorregulación. Esta corriente
también menciona que, a nivel planetario, estaría surgiendo un gendarme internacional y una justicia
planetaria que debilitaría el papel del monopolio de la coerción, del monopolio territorial de la justicia que
poseían anteriormente los Estados. Permítanme disentir sobre esa lectura, porque si bien existe claramente
un sistema superestatal de mercados financieros y un sistema judicial de derechos formales que trasciende
las limitación territoriales del Estado, hoy en día lo fundamental de los procesos de privatización que ha
vivido nuestro continente, nuestros países, y los procesos de transnacionalización de los recursos públicos,
que es en el fondo lo que caracteriza al neoliberalismo contemporáneo, no lo han hecho seres celestiales ni
fuerzas transterritoriales, sino que quienes han llevado adelante estos procesos son precisamente los
propios Estados. Esta lectura extincionista del Estado olvida que los flujos financieros que se mueven en el
planeta no se distribuyen por igual entre las regiones y entre los Estados, que los flujos financieros no por
casualidad benefician a determinados Estados en detrimento de otros, a determinadas regiones en
detrimento de otras. Y que esta supuesta gendarmería planetaria encargada de poner orden y justica en
todo el mundo, no es nada más que el poder imperial de un Estado que se atribuye la tutoría sobre el resto
de los Estados y sobre los pueblos del resto de los Estados. Esta lectura extincionista por último olvida,
como lo están mostrando los efectos de la crisis de la economía capitalista de 2008 y 2009, que quien al
final paga los platos rotos de la orgía neoliberal, de los flujos financieros y del descontrol de los mercados de
valores, son los Estados y sus recursos públicos. En otras palabras, frente a esta utopía neoliberal de la
extinción gradual del Estado, lo que van demostrando los hechos es que son los Estados los que al final se
encargan de privatizar los recursos, de disciplinar la fuerza laboral al interior suyo, territorialmente
constituido, de asumir con los recursos públicos del Estado los costos, los fracasos o el enriquecimiento de
unas pocas personas.
Frente a esta lectura falsa y equivocada de una globalización que llevaría a la extinción de los Estados, se le
ha estado contraponiendo otra lectura que hablaría de una especie de petrificación también de los Estados,
sería como su inverso opuesto. Esta otra lectura argumenta que los Estados no han perdido su importancia
como cohesionadores territoriales. La discusión de la cultura, el sistema educativo, el régimen de leyes, el
régimen de penalidades, cotidianas y fundamentales, que arman el espíritu y el hábito cotidiano de las
personas, siguen siendo las estructuras del Estado. A su favor también argumentan que el actual sistema
mundo, en el fondo, es un sistema interestatal, y que los sujetos del sistema mundo siguen siendo los
propios Estados, pero ya en una dimensión de interdependencia a nivel mundial. Sin embargo, esta visión,
defensora de la vigencia del Estado como sujeto político territorial, olvida también ciertas decisiones y
ciertas instituciones de carácter mundial que se dan por encima de los propios Estados: regímenes de
derechos, ámbitos de decisión económica y ámbitos de decisión militar. Incluso varios procesos de
legitimación y construcción cultural, en otros países, exceden a la propia dinámica de acción de los Estados.
Podemos ver entonces que ni es correcta la lectura extincionista de los Estados, ni es correcta la lectura
petrificada de la vigencia de los Estados. Lo que está claro es que tenemos una dinámica, un movimiento y
un proceso. La globalización significa evidentemente un proceso de mutación, no de extinción de los
procesos de soberanía política. No estamos asistiendo a una extinción de la soberanía, sino a una mutación
del significado de la soberanía del Estado. Igualmente, lo que estamos viendo en los últimos 30 años es una
complejización territorial de los mecanismos de cohesión social y de legitimación social. Podemos hablar de
una bidimensionalidad estatal y supra estatal de la regulación de la fuerza de trabajo, del control del
excedente económico y del ejercicio de la legalidad. En otras palabras, hay y habrá Estado, con
instituciones territoriales, pero también hay y habrá instituciones de carácter supra territorial que se
sobreponen al Estado. Esto es más visible si tomamos en cuenta la propuesta que hace Immanuel
Wallerstein sobre este período de transición, de fases, entre hegemonías planetarias. En América Latina, en
Argentina, en Bolivia, esta tensión entre reconfiguración de la soberanía territorial del Estado y existencia y
presencia de ámbitos de decisión supra estatales lo vemos a diario. Entre los últimos 5 y 10 años hemos
asistido a un regreso, a una retoma de la centralidad del Estado como actor político-económico. Pero a la
vez existen flujos económicos y políticos desterritorializados y globales que definen, muchas veces, al
margen de la propia soberanía del Estado, temas que tienen que ver con la gestión y la administración de
los recursos del Estado.
Voy a dar un ejemplo para explicar esta complejidad de recuperación de una centralidad del Estado, pero ya
no como en los años 40 o 50, sino en el ámbito de construcción de otra serie de instituciones
desterritorializadas. El presupuesto del Estado es un ejemplo. Por una parte, en América Latina, los
procesos contemporáneos de distribución de la riqueza, de potenciamiento de iniciativas de soberanía
económica del país, de mejora del bienestar de las poblaciones, tienen que ver con un uso y disposición de
recursos económicos que tiene el Estado, y ésta es una competencia estrictamente estatal, territorialmente
delimitada. Pero, a la vez, como las producciones de nuestros países van externalizándose, es decir,
ampliándose más allá del mercado interno y se están dirigiendo a mercados internacionales, los ingresos
que capta el Estado vía impuestos, vía ventas propias, cada vez dependen menos de decisiones del Estado:
dependen de los circuitos económicos de comercialización de esos productos. De tal manera que si bien
hoy los Estados están retomando en América Latina una mayor capacidad de definir políticas sociales,
políticas de empleo, inversión en medios de comunicación, en medios de transporte, en infraestructura vial;
también está claro que esos recursos, la intensidad de esta distribución social, la intensidad de esta
creación de infraestructura médica, educativa en favor de la población, depende más de la fluctuaciones de
los commodities, como llaman los economistas, de las mercancías que vendemos. Es distinto la soberanía
de un Estado con el precio del petróleo a 185 dólares el barril, que a 60 o a 30 dólares el barril.
La capacidad de disponer el excedente económico para temas sociales, para temas de infraestructura, para
inversión productiva, para educación, varía en función de esa variación de los precios, no solamente del
petróleo; del gas, de los minerales, de los alimentos, de los productos que las sociedades producen
contemporáneamente. En este ejemplo, entonces, en el presupuesto aparece la bidimensionalidad: por una
parte hay soberanía y hay una recuperación de la soberanía del Estado sobre estos recursos y sobre el uso
del excedente económico, pero a la vez hay una dependencia de definiciones al margen del Estado, en
cuanto a los volúmenes de esos excedentes a ser utilizados en beneficio de la población, porque éstos
dependen cada vez más de cómo se constituyen los precios a nivel internacional.
Quiero por ello retomar el concepto de Estado. No porque en el Estado se concentre la política. Está claro
que las experiencias sociales del continente, de Bolivia, de Argentina, del Ecuador, son experiencias que
hablan de que la política excede al Estado, va más allá del Estado. Pero un nudo de condensación del flujo
político de la sociedad pasa en el Estado, y uno no puede dejar de lado al momento de materializar y
objetivar una correlación de fuerzas sociales y políticas en torno al Estado.
¿Qué fue entonces de este sujeto que llamamos Estado, a qué llamamos Estado? Es evidente que una
parte del Estado es un gobierno, aunque no lo es todo. Parte del Estado es también el parlamento, el
régimen legislativo cada vez más devaluado en nuestra sociedad. Son también las fuerzas armadas, son los
tribunales, las cárceles, es el sistema de enseñanza y la formación cultural oficial. Son los presupuestos del
Estado, es la gestión y uso de los recursos públicos. Estado es no sólo legislación sino también acatamiento
de la legislación. Estado es narrativa de la historia, silencios y olvidos, símbolos, disciplinas, sentidos de
pertenencia, sentidos de adhesión. Estado es acciones de obediencia cotidiana, sanciones, disciplinas y
expectativas. Cuando definimos al Estado, estamos hablando de una serie de elementos diversos, tan
objetivos y materiales como las fuerzas armadas y el sistema educativo; y tan etéreos pero de efecto
igualmente material como lo son las creencias, las obediencias, las sumisiones y los símbolos. El Estado en
sentido estricto son pues entonces instituciones. No hay Estado sin instituciones. Lo que Lenin denominaba
la máquina del Estado. Es la dimensión material del Estado, el régimen y el sistema de instituciones:
gobierno, parlamento, justicia, cultura, educación, comunicación; en su dimensión de instituciones, de
normas, procedimientos y materialidad administrativa que le da vida a esa función gubernativa. Pero el
Estado no es solamente institución, dimensión material del Estado, sino también son concepciones,
enseñanzas, saberes, expectativas, conocimientos. Es decir, ésta sería la dimensión ideal del Estado. El
Estado tiene una dimensión material, que describió muy bien Lenin, como el régimen de instituciones. Pero
también el Estado es un régimen de creencias, de percepciones, es decir, es la parte ideal de la
materialidad del Estado. Es también idealidad, idea, percepción, criterio, sentido común.
Pero detrás de esa materialidad y detrás de esa idealidad, el Estado es también relaciones y jerarquías
entre personas sobre el uso, función y disposición de esos bienes y jerarquías en el uso, mando,
conducción y usufructo de esas creencias. Las creencias no surgen de la nada, son fruto de correlaciones
de fuerza, de luchas, de enfrentamientos. Las instituciones no surgen de la nada, son frutos de luchas,
muchas veces de guerras, de sublevaciones, revoluciones, de movimientos, de exigencias y peticiones.
Tenemos entonces los tres componentes de todo Estado: todo Estado es una estructura material,
institucional; todo Estado es una estructura ideal, de concepciones y percepciones; y todo Estado es una
correlación de fuerzas. Pero también un Estado es un monopolio. Voy a retomar este debate de monopolio y
de democracia para estudiar Bolivia como gobierno de movimientos sociales. Un Estado es monopolio,
monopolio de la fuerza, de la legislación, de la tributación, del uso de recursos públicos.
Podemos entonces cerrar esta definición de Estado en las cuatro dimensiones: todo Estado es institución,
parte material del Estado; todo Estado es creencia, parte ideal del Estado; todo Estado es correlación de
fuerzas, jerarquías en la conducción y control de las decisiones; y todo Estado es monopolio. El Estado
como monopolio, como correlación de fuerzas, como idealidad, como materialidad, constituyen las cuatro
dimensiones que caracterizan cualquier Estado en la edad contemporánea. En términos sintéticos podemos
decir entonces que un Estado es un aparato social, territorial, de producción efectiva de tres monopolios:
recursos, coerción y legitimidad. Y en el que cada monopolio, de los recursos, de la coerción y de la
legitimidad, es un resultado de tres relaciones sociales. Tenemos entonces, utilizando brevemente a los
físicos, que el Estado es como una molécula, con tres átomos y dentro de cada átomo tres ladrillos que
conforman el átomo. Similar. Un Estado es un monopolio exitoso de la coerción, según Marx y según
Weber; un Estado es un monopolio exitoso de la legitimidad, de las ideas fuerzas que regulan la cohesión
entre gobernantes y gobernados, según Bourdieu; y un Estado es un monopolio de la tributación y de los
recurso públicos, según Elias y según Lenin.
Pero cada uno de estos monopolios exitosos y territorialmente asentados está a la vez compuesto de tres
componentes: una correlación de fuerzas entre dos bloques con capacidad de definir y controlar, una
institucionalidad, y unas ideas fuerzas que cohesionan.
Uno puede jugar teóricamente la combinación de tres monopolios, con tres componentes al interior de cada
monopolio. El monopolio de la coerción tiene una dimensión material: fuerzas armadas, policía, cárceles,
tribunales. Tiene una dimensión ideal: el acatamiento, la obediencia, y el cumplimiento de esos monopolios,
que cotidianamente lo ejecutamos los ciudadanos y necesidad de reflexionarlos. Pero a la vez este
monopolio y su conducción son fruto de la correlación de fuerzas, de luchas, de guerras pasadas,
sublevaciones, levantamientos y golpes, que han dado lugar a la característica de este monopolio. El
monopolio de la legitimidad territorial también tiene una dimensión institucional, una dimensión ideal y una
dimensión de correlación de fuerzas. Lo mismo el monopolio de los tributos y de los recursos públicos.
Tenemos entonces un acercamiento más completo al Estado como relación social, como correlación de
fuerzas y como relación de dominación. El concepto que nos daba Marx del Estado como una máquina de
dominación entonces tiene sus tres componentes complejos: es materia, pero también es idea, es símbolo,
es percepción, y es también lucha, lucha interna, correlación de fuerzas internas fluctuantes.
Entre los marxistas, kataristas e indianistas, es muy importante este concepto que no es solamente teoría,
porque permite ver cómo asumimos la relación frente al Estado. Si el Estado es sólo máquina, entonces hay
que tumbar la máquina, pero no basta tumbar la máquina del Estado para cambiar al Estado. Porque
muchas veces el Estado es uno mismo, son las ideas, los prejuicios, las percepciones, las ilusiones, las
sumisiones que uno lleva interiorizadas, que reproducen continuamente la relación del Estado en nuestras
personas. E igualmente, esa maquinalidad y esa idealidad presentes en nosotros no son algo externo a la
lucha, sino frutos de lucha. Cada pueblo es la memoria sedimentada de luchas del Estado, en el Estado y
para el Estado. Y entonces la relación frente al Estado pasa, desde una perspectiva revolucionaria, por su
transformación y superación. Pero no simplemente como transformación y superación de algo externo a
nosotros, sino de una maquinalidad relacional y de una idealidad relacional que está en nosotros y por fuera
de nosotros. Por eso, los clásicos cuando hablaban de la superación del Estado en un horizonte pos
capitalista, no lo ubicaban como meramente un hecho de voluntad o de decreto, sino como un largo proceso
de deconstrucción de la estatalidad en su dimensión ideal, material e institucional en la propia sociedad.
Con este concepto de Estado, en lo genérico, que articula distintas dimensiones, quiero entrar a los
momentos de transición de un tipo de Estado a otro tipo de Estado. Por lo general, los teóricos han
estudiado al Estado en su dimensión de estabilidad, pero poco se han referido al Estado en su momento de
transición: cuando se pasa de una forma estatal a otra forma estatal. Y yo quiero referirme a ello, porque es
justamente lo que hemos vivido, lo que puede ayudar a entender, en términos de la Sociología y de la
Ciencia Política, el proceso boliviano contemporáneo.
Un Estado, este régimen de creencias de instituciones y dominación, funciona con estabilidad cuando cada
uno de esos componentes mantiene su regularidad y continuidad. Hablamos del Estado en tiempos
normales. Pero vamos a usar el concepto de crisis estatal general de Lenin para estudiar cuándo esos
componentes de Estado no funcionan normalmente, cuándo su regularidad se interrumpe, cuándo algo falla,
cuándo algo en la institucionalidad, en la idealidad, en la correlación de fuerzas que da lugar al Estado, se
quiebra, no funciona, se tranca. En esos momentos hablamos de una crisis de Estado. Y cuando esa crisis
de Estado atraviesa la totalidad de esos nueve componentes que hemos mencionado anteriormente
hablamos de una crisis estatal general. ¿Cuáles son los componentes de una crisis estatal general? Cuando
no es meramente un cambio de gobierno, un cambio de administración de la maquinaria del Estado, sino
un cambio de las estructuras de poder y de dominación a otras estructuras de poder y dominación.
¿Y cómo identificamos una crisis estatal general? A partir de cinco elementos. El primero: el momento de la
develación de la crisis. La transición de un Estado a otro tiene varias etapas. La primera etapa es cuando se
devela la crisis de Estado, cuando se manifiesta y se expresa. ¿Qué significa que se exprese una crisis de
Estado? En primer lugar, que la pasividad, la tolerancia del gobernado hacia el gobernante comienza a
diluirse. En segundo lugar, que surge inicialmente de manera igual, puntual, pero con tendencia a crecer, a
irradiarse, a encontrar otros escenarios de aceptación, un bloque social disidente, con capacidad de
movilizarse socialmente y de expandirse territorialmente en su protesta. En tercer lugar, una crisis
estructural del Estado en su primera fase de develamiento surge cuando la protesta, el rechazo y el
malestar comienzan a adquirir ámbitos de legitimidad social. Cuando una marcha, una movilización, una
demanda y un reclamo salen del aislamiento y de la apatía del resto de la población y comienzan a captar la
sintonía, el apoyo, la complacencia de sectores cada vez más amplios de la sociedad. Por último, la crisis
se devela en su primera fase cuando surge un proyecto político no cooptable por el poder ni por los
gobernantes, con capacidad de articulación política y de generar expectativas colectivas.
Esto es lo que sucedió en Bolivia desde el año 2000 hasta el año 2003. Como ustedes saben, en Bolivia en
el año 1985 hubo una retoma del gobierno y luego del Estado, del poder, por parte de las fuerzas
conservadoras. En el año 1982 se habían retirado los militares del gobierno, había surgido un gobierno
democrático de izquierda que había fracasado en su capacidad de administrar y de articular un bloque
sólido de poder. Surgió una propuesta conservadora, entre el MNR, con una política de liberalización del
mercado, privatización de empresas públicas, desregulación de la fuerza laboral, despido de trabajadores y
cierre de empresas, dando lugar a veinte años de régimen neoliberal. Presidentes como Víctor Paz
Estenssoro, Jaime Paz Zamora, Sánchez de Lozada, Banzer y Quiroga representaron todo este largo
período oscuro de neoliberalismo en nuestro país. Y la propuesta de ellos no solamente eran veinte, sino
cuarenta, cincuenta, sesenta años de estabilidad política neoliberal.
Pero algo sucedió en Bolivia en el año 2000: protestas locales de los productores de hoja de coca, la
confederación de campesinos de las tierras altas, básicamente en el mundo indígena aymara, y protestas
barriales en las ciudades más pobres que habían estado existiendo de manera dispersa, sin repercusión y
sin irradiación, comienzan a irradiarse. ¿Por qué protestas puntuales, casi irrelevantes, frente a un sistema
político neoliberal, estable, sólido, comenzaron a adquirir mayor eficacia? Porque el régimen neoliberal de
Bolivia, después de privatizar los recursos públicos estatales, empresas mineras, empresas petroleras, de
telecomunicaciones, empresas públicas, comenzó a afectar los recursos públicos no estatales. Veinte años
privatizaron recursos públicos estatales, y a partir del año 2000 intentaron comenzar a privatizar recursos
públicos no estatales. ¿Cuáles son los recursos públicos no estatales? El sistema de agua. El sistema de
agua, en el mundo campesino indígena boliviano, es un sistema muy complejo de gestión y administración
colectiva y comunitaria de esos recursos escasos. Fue en ese paso cuando el neoliberalismo pasa de la
privatización de lo público estatal a lo público comunitario, a lo público no estatal, que se va a producir este
quiebre.
En estos días el presidente Evo va a visitar Cochabamba para conmemorar diez años de la guerra del agua,
diez años en que el pueblo cochabambino, en una articulación de productores de hoja de coca, de
campesinos que administran el uso del agua comunitaria, y jóvenes de barrios y de universidades, formaron
localmente un frente de movilización social que derogó una ley que expulsó una empresa extranjera, y
recuperó al dominio público estatal esa porción del agua.
Esta experiencia de hace diez años, del 10 de abril del año 2000, no fue solamente paradigmática por su
efecto, tras hacer retroceder una ley dictada, promulgada por Banzer Suárez, sino que también logró algo
que no habían podido lograr anteriormente otros sectores sociales en su protesta aislada: articular y
ensamblar campo y ciudad. Jóvenes asalariados con jóvenes campesinos, profesionales con obreros. Fue
una experiencia, una especie de laboratorio de un bloque nacional popular con la capacidad de irradiar esa
experiencia al resto de los países.
A la guerra del agua de abril del año 2000 sobrevino el bloqueo más largo en Bolivia, un mes de bloqueo de
las carreteras. Aquí le llaman piquetes. Durante un mes entero trabajadores del campo, inicialmente en las
zonas altas del altiplano aymara, La Paz-Oruro, luego de las zonas de los valles quechuas, Chuquisaca,
Cochabamba, y luego las zonas bajas paralizaron, bloquearon las principales carreteras de nuestro país en
rechazo a una ley que buscaba privatizar nuevamente el recurso hídrico, el agua. Y el éxito de esta
movilización fue tal que dio lugar a una emergencia de liderazgos campesinos indígenas. Fueron tiempos en
que el gabinete entero tuvo que ir a negociar con el presidente, con el dirigente que en ese momento era
Evo Morales del Chapare, para acordar el rechazo a la ley. Fue un momento en que otro dirigente indígena,
aymara, le dijo al presidente de entonces, que él como indígena no lo reconocía como presidente, y que iba
a hablar de presidente indígena a presidente mestizo. Este fue Felipe Quispe, quien volcó el orden
simbólico de una sociedad racista y colonial como la boliviana. Desde ese momento el orden simbólico, la
capacidad de articulación de bloques sociales, y la legitimidad de la movilización comienzan a expandirse.
Bloqueo del año 2000. Al año siguiente, 2001, otra movilización. Formación de los cuarteles indígenas de
Calachaca, donde por turnos las comunidades vinieron con viejos fusiles de la guerra del Chaco de hace
sesenta años a hacer guardia para impedir que las Fuerzas Armadas entraran a un territorio que lo
consideraban como liberado del control del Estado.
Dos años después, 2003, hubo otro levantamiento de pobladores de la ciudad de El Alto. El Alto queda en el
altiplano boliviano a 3.900 metros, la ciudad de La Paz se encuentra a 3.600 metros; son ciudades
contiguas, separadas porque una está en un hueco y la otra en la planicie. Les tocó a los de arriba
sublevarse otra vez por el tema del agua y del gas, en rechazo a la venta de gas a Estados Unidos a través
de una empresa que iba instalarse en el puerto de Chile. Los alteños se sublevaron con el apoyo del
movimiento campesino indígena de tierras altas, de tierras bajas. Sánchez de Lozada buscó retomar la
presencia y el monopolio territorial, hecho que produjo asesinatos, más de sesenta y siete muertos,
hombres, mujeres y niños, en dos días, marcaron el inicio del fin de Sánchez de Lozada, porque ante
semejante barbarie, el resto de la población no campesina, no indígena, mestiza, urbana, profesional, de
clase media, también se sublevó, y esto llevó a la huida de Sánchez de Lozada en el año 2003.
Si ustedes ven, durante casi veinte años hubo protestas, siempre hay protesta, pero eran protestas aisladas,
puntuales, focalizadas, y deslegitimadas más allá del lugar de la movilización. Hay un corte en el año 2000.
Lo local se articula en torno a una demanda general movilizadora: la defensa de los recursos públicos, de
los recursos comunes, del sistema de necesidades vitales como el agua. En torno a esa demanda los
liderazgos, ya no de clase media, ya no intelectuales ni académicos como venía sucediendo antes, ni
siquiera obreros, sino los liderazgos indígenas campesinos lograron articular a indígenas, a trabajadores, a
campesinos, a jóvenes estudiantes, a pobladores migrantes urbanos, luego a profesionales y a la clase
media. Lo hicieron inicialmente a nivel local, Cochabamba. Seis meses después, en dos o tres localidades.
Dos años después, en varios departamentos. A este proceso de creciente surgimiento de un bloque popular
con capacidad de irradiar la suma de demandas, de articular otros sectores, de encontrar legitimidad en la
movilización, es lo que denominamos, teóricamente hablando, el momento del develamiento de la crisis de
Estado.
Luego vino un segundo momento de la crisis de Estado que, siguiendo a Gramsci, hemos denominado el
empate catastrófico. El empate catastrófico es cuando estas movilizaciones que pasan de lo local a lo
regional, que logran expandirse a otras regiones, que tienen capacidad de irradiación y de articular distintas
fuerzas sociales, se expanden a nivel nacional. Pero no solamente se expanden a nivel nacional, sino que
logran presencia y disputa territorial de la autoridad política en determinados territorios. Cuando de la
demanda local, reivindicativa, que cohesiona a un bloque popular, comienza a disputarse la autoridad
política en la región, cuando comienza a suceder eso, estamos en el momento del empate catastrófico.
Simultáneamente hay empate catastrófico cuando la fuerza de dominación del gobierno y del Estado inicia
un repliegue fragmentado de su autoridad y del gobierno, y frente a eso hay empate catastrófico cuando la
sociedad comienza a construir mecanismos alternativos de legitimidad, de deliberación y de toma de
decisiones. Un empate catastrófico es en parte lo que Lenin y Trotsky llamaban la “dualidad de poder “, pero
es más que eso. Un empate catastrófico es cuando esa disputa de dos proyectos de poder, el dominante y
el emergente, con fuerza de movilización, con expansión territorial, disputan territorialmente la dirección
política de la sociedad por mucho tiempo, no solamente un tiempo breve. Dualidad de poderes. En ese
momento, de una irresolución de la dualidad de poderes de una sociedad, ocurre el empate catastrófico. Es
lo que pasó en Bolivia entre el año 2003 y 2005: por una parte estaba el parlamento electo por los
ciudadanos años atrás, pero por otra parte existía el régimen de asambleas barriales, agrarias y
comunitarias, donde se tomaban decisiones con un efecto político incluso por encima de la decisión del
parlamento. Es un momento en que el monopolio de la coerción no puede ejercerse en la totalidad del
territorio, porque hay zonas donde las fuerzas sociales comienzan a implementar un monopolio social de los
procesos de coerción. Eso es lo que pasó en Bolivia desde el año 2003 hasta el 2005.
Un tercer momento de la crisis de Estado es lo que denominamos el momento de la sustitución de las élites.
Estabilidad política quebrada por focos que se irradian, que se expanden, de protesta, movilización,
articulación social y autoridad. Empate catastrófico cuando esos focos regionalizados y expansivos logran
presencia de control territorial con capacidad de deliberar y de tomar decisiones en paralelo a las decisiones
gubernativas. Sustitución de élites es cuando el bloque dirigencial de estos sectores sociales articulados
acceden al gobierno. Es lo que pasó en el año 2006 cuando el presidente Evo, en un bloque que unificó a
los movimientos sociales -que preseleccionaron comunitaria y asambleísticamente a los representantes
para ir al Congreso- logró la extraordinaria victoria del 54%. Extraordinaria no solamente porque no haya
habido una victoria electoral de este estilo desde hacía cincuenta años. Todos los gobiernos en Bolivia eran
elegidos por el 23, 28% del electorado. El presidente Evo logró el 54% porque, y esto es quizás el acto más
decisivo en la historia política de nuestro país, porque un indígena para quien la vida colectiva, la vida
política y la vida económica de la sociedad había sido definida, pese a que son la mayoría, para ser
campesinos, obreros, comerciantes y transportistas, por decisión propia se volvían gobernantes,
legisladores y mandantes de un país. No había pasado esto desde los tiempos de Manco Inca, allá en 1540,
cuando se replegó a Vilcabamba.
Sobre el sedimento de quinientos años en que los indios fueron gobernados y nunca pudieron ser
gobernantes, en que los indios tenían que ser mandados y nunca pudieron mandar; sobre esta loza colonial
que había horadado espíritus, hábitos, procedimientos, leyes y comportamientos sociales, Bolivia, que
siempre había sido un país de mayoría indígena, por primera vez después de Manco Inca, después de
cuatrocientos cincuenta años, tenía un líder, una autoridad indígena, como siempre debería haber sido.
Lo que vemos entonces, en términos de la sociología política, es un proceso de descolonización del Estado,
que se había ido construyendo, de la sociedad, desde los ámbitos comunitarios, sindicales y barriales. Logró
perforar, penetrar el armazón del Estado. Presidente indígena, senadores indígenas, diputados indígenas,
canciller indígena, presidenta de la asamblea constituyente indígena. Las polleras, los luchos, la whipala,
que habían estado marginados, escondidos, muchas veces sancionados, perseguidos, castigados durante
décadas y siglos, asumían y llegaban donde debería haber estado siempre: el Palacio de Gobierno.
Tenemos entonces un primer momento de conversión de la fuerza de movilización en transformación en el
ámbito de la administración del Estado. ¿Cómo pasar de la administración del Estado a la transformación
estructural del Estado? ¿Cómo convertir la fuerza de movilización en institución, norma, procedimiento,
gestión de recursos, propiedad de recursos? Porque eso es el Estado, el Estado es la materialización de
una correlación de fuerzas. Ese fue el debate que tuvimos anteriormente con el profesor Toni Negri en el
año 2008. El Estado no es la sociedad política, el Estado no es la realización de la movilización política de la
sociedad, pero sí una herramienta, o puede llegar a ser una herramienta que contenga esa movilización o
que ayude a consolidar los logros hasta aquí alcanzados. Cómo no valorar algo que ahora es irrevisable, y
que no tiene marcha atrás: los derechos de los pueblos indígenas en la Constitución. Solamente quien no
ha vivido la discriminación, el que se lo escupa por tener piel más oscura, el que se lo margine por tener un
apellido indígena, el que se le haga una burla porque no pronuncie bien el castellano, solamente alguien
que no ha vivido eso puede despreciar que se institucionalicen derechos, que a partir de ahora vale tanto un
apellido indígena como un mestizo, un color más oscuro o el color blanco, un idioma indígena o el
castellano.
Eso fue lo que pasó. Y esta tercera etapa de la crisis de Estado, de la visibilización de la crisis, empate
catastrófico, conquista de gobierno, que no es el Estado. Y es a partir de ese momento, en este proceso de
sustitución de élites políticas que el Estado comienza a convertirse en una herramienta donde se atraviesa
una nueva correlación de fuerzas. Los procesos de nacionalización de los hidrocarburos, los procesos de la
nueva Constitución y de la Asamblea Constituyente, de la nacionalización de las empresas de
telecomunicaciones, de la nacionalización de otras empresas públicas, van a comenzar a darle una base
material duradera a lo que inicialmente había sido un proceso de insurgencia y de movilización social.
Pero está claro que esto tiene un límite. O mejor, tiene que rebasar un límite. Si esta transformación del
Estado como correlación de fuerzas, donde ahora son otros los que deciden, otras clases sociales las que
toman las decisiones, otros hábitos, las percepciones de lo que es necesario, requerible, exigible, son las
que comienzan a apoderarse de la estructura del poder gubernamental, y dado que el Estado comienza a
administrar crecientes recursos públicos, fruto de la recuperación de la nacionalización del gas, del petróleo,
y de las telecomunicaciones, estaba claro que eso iba a ser rápidamente impugnable, observable,
disputable y bloqueado. Claro, ninguna clase dominante abandona voluntariamente el poder, a pesar de que
uno se esfuerza para que lo hagan. Ninguna clase dominante, ni ningún bloque de poder puede aceptar que
de la noche a la mañana quien era su sirviente o empleada ahora sea su legislador o su ministro. Ninguna
clase dominante puede aceptar pacíficamente que los recursos que antes servían para viajar a Miami o
comprarse una Hammer desaparezcan de la noche a la mañana, y que esos recursos en vez de dilapidarse
en un viaje a París, en la compra de una tienda o de un collar de perlas, sean utilizados para crear más
escuelas, para crear más hospitales, para mejorar los salarios.
Y está claro que en todo proceso revolucionario tiene que haber un momento de tensión de fuerzas. Y
permítanme aquí comparar, con el debido respeto, el proceso de descolonización en Bolivia, con el proceso
de descolonización en Sudáfrica. En ambos la mayoría indígena y la mayoría de color negro, que habían
sido excluidos del poder, accedieron al gobierno. Son procesos de amplia democratización y de amplia
descolonización. Pero hay una diferencia. En el caso de Sudáfrica, que fue un gigantesco hecho histórico de
descolonización, que fue aplaudido por el mundo, por nosotros, dejó intacta la base material del poder
económico, la propiedad de los recursos y de las empresas. En el caso de Bolivia, no . En el caso de Bolivia
avanzamos de un proceso de descolonización política, indígenas en puestos de mando; de descolonización
cultural, hablar aymara, el quechua, el guaraní tiene el mismo reconocimiento oficial que hablar castellano,
en palacio, en vicepresidencia, en parlamento, en la Universidad, en la policía, en las fuerzas armadas.
Descolonización política y cultural. Pero no nos detuvimos ahí, sino que pasamos y dimos el salto a un
proceso de de descolonización económica y material de la sociedad al depositar la propiedad de los
recursos económicos, los recursos públicos, a potenciar por encima de la empresa privada extranjera al
Estado, por encima de la gran propiedad terrateniente a la comunidad campesina y al pequeño propietario.
Tierra, recursos naturales hoy son de propiedad del Estado, de los movimientos, de los campesinos y de los
indígenas en una proporción mayoritaria de lo que era hace tres, cuatro o cinco años atrás.
Esto no iba a ser aceptado fácilmente, no iba a ser tolerado, y como lo previó inicialmente Robespierre,
luego Lenin y Katari, iba a tener que darse un momento de definición de la estructura de poder. En ese
momento de definición, o se reconstituye el viejo bloque de poder conservador, o bien se acaba el empate
catastrófico y se consolida un nuevo bloque de poder, que es lo que hemos denominado un punto de
bifurcación. Y todo proceso revolucionario parecería atravesar eso. Y es un momento de fuerza, es un
momento en el que Rousseau calla y quien asume el mando es un sub. En el que Habermas no tiene
mucho qué decir y quien sí tiene que decir es Foucault. Es decir, es el momento de la confrontación
desnuda o de la medición de fuerzas desnuda de la sociedad, donde calla los procesos de construcción de
legitimidad, de consenso, y donde la política se define como un hecho de fuerza. No es que la política sea
un hecho de fuerza, de hecho, fundamentalmente, la política son procesos de articulación, de legitimación.
Pero hay un momento de la política en que eso calla, en que la construcción de acuerdos, los enjambres,
las legitimaciones, se detienen y la política se define como un hecho de guerra, como un hecho de medición
de fuerzas.
Eso es lo que sucedió en Bolivia en el año 2008, hace dos años atrás, entre agosto y octubre del 2008. Fue
un tiempo muy complicado para nosotros. Fue un tiempo en que algunos ministros renunciaron
internamente, fue un tiempo en que las secretarias y los secretarios de palacio se ponían a llorar en un
rincón porque se preguntaban qué iba a ser de ellos cuando los fueran a sacar, pero fue un tiempo en que el
presidente Evo mostró su capacidad de estadista, de líder y de conductor de un proceso revolucionario.
Fueron tiempos duros porque a este gobierno del presidente Evo, del vicepresidente, de los sectores
sociales, que habíamos ganado con el 54% del electorado en Bolivia, se nos planteó un revocatorio. Hubo
una votación revocatoria de mandato. Nunca antes se le había ocurrido a la derecha plantear lo mismo a los
gobiernos que tenían el 22% o el 23% o el 27%. Y se les ocurrió al que tenía el 54%, un indio,
evidentemente, plantearle el revocatorio. Y así fue. Los sectores conservadores que se habían atrincherado
en las regiones, en las gobernaciones de las regiones, plantearon al congreso un revocatorio. Lo hicieron
aprobar en el Senado donde tenían mayoría. Yo me acuerdo que estaba en palacio, el presidente había
viajado a Santa Cruz y hablamos por teléfono. Presidente Evo, le digo, “acaban de aprobar el revocatorio en
el Senado”. Se quedó callado unos cinco segundos y me dijo: “No importa, vamos al revocatorio, vamos a
ganar”.
Me acuerdo de que dijo el presidente Evo, luego aterrizó en La Paz, donde nos reunimos de emergencia el
gabinete político, y dijo que no hay que tener miedo porque el pueblo nos había llevado con su voto al
gobierno, y si el pueblo quería que continuáramos nos iba a dar su voto, y que si no quería, nos lo quitaría.
Hemos sido fruto de las organizaciones sociales, de este ascenso democrático de la revolución y
enfrentemos pues esas mismas armas. Y así fuimos al revocatorio. Lo que fue un intento para derrocar al
presidente Evo se convirtió en una gran victoria con el 67% de la participación.
En agosto de 2008 hubo un intento de derrocamiento democrático electoral. Superamos esa primera
barrera. Derrotado en el ámbito electoral los sectores conservadores inmediatamente fueron a apostar por el
golpe de Estado. En septiembre del año 2008, en verdad desde el 29, 28 de agosto, hasta el 12 de
septiembre, se dio una escalada golpista en Bolivia. Comenzó inicialmente bloqueando el acceso a los
aeropuertos. El presidente Evo, el vicepresidente, no pudieron aterrizar en los aeropuertos de cinco
departamentos de los nueve que hay en Bolivia. Días después a estos bloqueos de los aeropuertos, la toma
física de los aeropuertos, sectores conservadores atacaron a la policía, a su comandancia, para obligarlas a
subordinarse regionalmente al mandato de los sectores conservadores. Logrado esto parcialmente en los
siguientes días dispusieron un ataque a las instituciones del Estado. Durante los días 9 y 10 de septiembre,
ochenta y siete instituciones del Estado: telecomunicaciones, televisión, representantes del ministerio en el
ámbito de la administración de las tierras, impuestos internos, fueron tomadas, quemadas y saqueadas por
las fuerzas mercenarias de la derecha. Al día siguiente tropas del ejército boliviano, soldados del ejército
boliviano fueron desarmados por grupos especiales creados por esta gente, y al mismo momento pequeñas
células de activistas de derecha fascistas se dirigieron a cerrar los ductos de la venta del gas a Brasil, de la
venta del gas a Argentina, y del abastecimiento de petróleo y de gasolina al resto de Bolivia. Era un golpe de
Estado en toda la línea. Los que hemos conocido golpes de Estado sabemos que un golpe de Estado
comienza con el control de los medios de comunicación, de los aeropuertos, de los sistemas de
abastecimiento, y luego es la toma de los centros de definición política: el palacio y el parlamento.
Comenzaron con eso, y ahí el gobierno actuó con mucha cautela. Ya habíamos previsto que algo así iba a
suceder, la sociología sirve para eso. Y tal lectura del punto de bifurcación, como otros conceptos, lo
habíamos dialogado con el presidente. Me acuerdo de que el presidente Evo en el año 2008 inició el
gabinete, creo que el 2 o 3 de enero a las 5 de la mañana -como nos suele convocar a su gabinete- y nos
dijo a todos: “Este año es el momento de la definición. O nos quedamos o nos vamos, prepárense”. La
sociología dice eso, el punto de bifurcación. Es decir, o las fuerzas conservadoras retoman el control del
Estado o las fuerzas revolucionarias se consolidan. El presidente lo dijo de una manera, la sociología lo dice
de otra manera, pero es la misma cosa. Nos habíamos preparado para ello. El Estado, el gobierno se
preparó. Sabíamos que se venía un momento complicado, que iba a dirimirse un momento de fuerza, la
estabilidad o el retroceso, y nos preparamos. A través de dos tipos de acciones envolventes. La primera fue
un proceso de movilización social general, de todas las fuerzas, que tenía el Partido, el campesino, el
movimiento indígena, el movimiento cooperativista, barrios, ponchos rojos, ponchos verdes, productores de
hoja de coca, del Chapare, de los yungas. Tres meses antes de este acontecimiento se había definido un
plan de protección de la democracia en Bolivia. Y entonces cuando comenzaron a darse estos sucesos
estas estructuras de movilización comenzaron a desplazarse territorialmente para defender al gobierno y
para acabar con la derecha golpista. Paralelamente hubo una articulación institucional cultivada por el
presidente Evo en la redefinición de una nueva función de las Fuerzas Armadas en democracia, hubo
también un desplazamiento militar acompañado y en coordinación con los movimientos sociales. Una
experiencia extraordinaria, no muy común entre fuerzas armadas y movimientos sociales en una acción
envolvente para aislar los núcleos de rebelión y de golpistas.
En medio de estos acontecimientos se dio la masacre de Pando, donde once jóvenes indígenas fueron
asesinados brutalmente a sangre fría, algunos a palos, por el gobernador conservador que hoy está en la
cárcel, como debe suceder. Y a partir de ese eslabón del bloque conservador, el eslabón más débil, usando
la categoría leninista, se comenzó a retomar el control territorial, y ante la presencia de la movilización social
y del respeto institucional de las Fuerzas Armadas en defensa de la democracia, las fuerzas golpistas
midieron fuerza, observaron posibilidades de esta conflagración de ejércitos sociales y decidieron rendirse y
dar marcha atrás. En septiembre de 2008 se dio la victoria militar del pueblo sobre las fuerzas
conservadoras de derecha y golpistas. A la victoria electoral se sumó una victoria de movilización social
militar que fue completada con una victoria de carácter política. En agosto se dio el revocatorio, en
septiembre, el golpe, y en octubre, una gran movilización, encabezada por el presidente Evo, de miles y
miles de personas que se dirigieron al parlamento para exigir la aprobación de la nueva Constitución y que
se convocara a un referéndum. Más de cien mil personas acompañaron al presidente Evo a bajar de El Alto,
a la ciudad de La Paz, y en tres días, sin dormir y sin comer, aprobamos esa ley.
Este fue el punto de bifurcación o momento de confrontación desnuda y medición de fuerzas donde se
dirime: o sigues para adelante o vas para atrás, que se da en cualquier proceso revolucionario. En el caso
de Bolivia, tuvo tres meses y fue una combinación excepcional de acciones electorales, acciones de masas,
y acciones de articulación política. Yo lo quiero mencionar y relevar porque de alguna manera es un aporte
en la construcción de los procesos revolucionarios. No apostar todo a una sola canasta, no apostar
únicamente al ámbito meramente legal o electoral, no apostar meramente el ámbito de la movilización
únicamente, sino tener una flexibilidad, una combinación de los distintitos métodos de lucha que tiene el
pueblo: el electoral, el de la acción de masas, el de los acuerdos y combinación política que permitió que en
este octubre se lograra la aprobación de la nueva Constitución en el Congreso, perdón, la aprobación de la
ley que convocara al referéndum para aprobar la nueva Constitución. Victoria electoral, victoria militar,
victoria política, cerraron el ciclo de la crisis estatal en Bolivia.
La consolidación de este ciclo estatal vino posteriormente con tres actos electorales. En enero del 2009 se
aprobó la nueva Constitución con el 72% del electorado, en diciembre del 2009 el presidente Evo fue
reelecto con el 64%, y el 4 de abril de 2010, el Movimiento al Socialismo, instrumento por la soberanía de
los pueblos, logró el control de dos tercios de los municipios de todo Bolivia y de más de dos tercios de las
gobernaciones de todo el país.
En Bolivia existen 335 municipios, alcaldías, donde ha habido elecciones. De los 335 municipios, el
Movimiento al Socialismo ha ganado solo y con sus aliados alrededor de 250 municipios que representan
casi el 70% de la totalidad de los municipios del país. De las nueve gobernaciones en disputa hemos
ganado en seis gobernaciones.
La crisis estatal, la transición de un tipo de Estado neoliberal, colonial, a un nuevo tipo de Estado
plurinacional, autonómico y con una economía social comunitaria, ha tenido entonces este intenso período
de transición de ocho años y medio. Primera etapa: momento en que se devela la crisis. Segundo momento:
empate catastrófico. Tercer momento: acceso al gobierno. Cuarto momento: punto de bifurcación. A partir de
ese resultado, la consolidación de una estructura estatal. Hoy Bolivia reivindica, propugna y comienza a
construir lo que hemos denominado un Estado plurinacional, una economía social comunitaria y un proceso
de descentralización del poder bajo la forma de las autonomías departamentales, indígenas y regionales. Un
Estado complejo.
¿Dónde nos dirigimos ahora? ¿Hacia dónde se dirige este proceso? Permítanme de manera muy breve
introducir otro concepto. El concepto de Estado aparente y de Estado integral. El concepto de Estado
aparente es un concepto de Marx que lo utiliza un gran sociólogo boliviano ya fallecido, René Zabaleta
Mercado, y el concepto de Estado integral lo utiliza Gramsci. Llamamos Estado aparente a aquel tipo de
institucionalidad territorial política que no sintetiza ni resume a la totalidad de las clases sociales de un país,
sino que representa solamente a un pedazo de la estructura social, dejando al margen de la representación
a una inmensa mayoría. En términos de la sociología política, podemos hablar de la inexistencia de un
óptimo Estado-sociedad civil. El Estado aparece entonces como un Estado patrimonial que representa y que
aparece como propiedad de un pedazo de la sociedad en tanto que el resto de la sociedad, indígenas,
campesinos y obreros, aparecen al margen del Estado sin ninguna posibilidad de mediación ni de
representación. Ese es el Estado aparente. Estado integral, llama Gramsci, a varias cosas en su reflexión,
pero en particular a un óptimo entre cuerpo político estadual y sociedad civil. Y a una creciente pérdida de
las funciones monopólicas del Estado para convertirse meramente en funciones administrativas y de gestión
de lo público.
Permítanme, utilizando estos dos conceptos, debatir tres tensiones, tres contradicciones y un horizonte en el
proceso político revolucionario. La primera tensión y contradicción que no se resuelve teóricamente sino en
la práctica: Bolivia, con el presidente Evo, con los sectores sociales sublevados y movilizados ha constituido
lo que denominamos un gobierno de los movimientos sociales. Esto significa varias cosas; en primer lugar,
que el horizonte y el proyecto que asume el gobierno, de transformación, de nacionalización, de
potenciamiento económico, de diversificación económica, de desarrollo de la economía comunitaria, es un
horizonte estratégico creado, formado por la propia deliberación de los movimientos sociales.
En segundo lugar, que los representantes que aparecen en el ámbito del parlamento, del congreso, de la
asamblea, son fruto en su mayoría de la deliberación asambleística de los sectores sociales -urbanos y
rurales- para elegir a sus autoridades que luego son, en algunos casos, elegidas por voto universal y otros
por constitución elegida por asamblea.
La Constitución actual acepta que en el ámbito de los gobiernos regionales la elección directa de
asambleístas o asambleas sea por aclamación, por democracia comunitaria.
En tercer lugar, que los mecanismos de selección del personal administrativo del Estado deja de ser
únicamente en función de meritocracia académica y combina otro tipo de méritos, otro tipo de calificaciones,
como es el haber ayudado a los sectores sociales, el provenir de sectores sociales, el de haber, no haber
defendido dictaduras, no haber participado de privatizaciones, haber defendido los recursos públicos
estatales y no estatales. Hay un mecanismo de preselección de la administración pública que pasa por
sectores sociales y que combina lo meritocrático académico con otro tipo de meritocracia social. Este
horizonte, este proyecto de movimientos sociales, estos funcionarios que emergen de sectores sociales, y
esta conversación continua y esta aprobación de las medidas estructurales que se toman del gobierno en
las asambleas de los sectores sociales movilizados hacen de nuestro gobierno un gobierno de movimientos
sociales. Pero a la vez estamos hablando de un gobierno del Estado y todo Estado por definición que
hemos dado al principio, es un monopolio. Pero entonces aquí hay una contradicción: Estado por definición
es monopolio, y movimiento social por definición es democratización de la decisión. El concepto de gobierno
de movimientos sociales es una contradicción en sí misma. ¡¿Y qué?! Hay que vivir la contradicción, la
salida es vivir esa contradicción. El riesgo es si se prioriza la parte monopólica del Estado; ya no será
gobierno de los movimientos sociales, será una nueva élite, una nueva burocracia política. Pero si se
prioriza solamente el ámbito de la deliberación en el terreno de los movimientos sociales, dejando la toma
de decisiones de lado del ámbito de la gestión y del poder del Estado. Hay que vivir los dos. Se corre ambos
riesgos, y la solución está en vivir permanentemente y alimentar esa contradicción dignificante de la lucha
de clases, de la lucha social en nuestro país. La solución no está a corto plazo, no es un tema de decreto,
no es un tema de voluntad, es un tema del movimiento social.
Pero esta contradicción viva entre monopolio y desmonopolización, entre concentración de decisiones y
democratización de decisiones, tiene que vivirse en un horizonte largo. Ahí viene la categoría de Gramsci
del Estado integral. En un momento, decía Gramsci, en que los monopolios no sean necesarios, el Estado
actuaría meramente como gestión y administración de lo público y no como monopolio de lo público.
Y esta posibilidad está abierta en Bolivia a partir de dos elementos: por una parte sólo los movimientos
sociales, los que están encabezando este proceso de transformación. Y por otra parte, hay una fuerza y una
vitalidad comunitaria, rural y en parte urbana, que permanentemente tiende a expandirse, a irradiarse, no
solamente como deliberación de lo público, sino como administración de lo público no estatal. Si este pueblo
presenta a los movimientos sociales en la conducción del Estado, despliegue, irradiación, potenciamiento de
lo comunitario colectivo, de lo comunitario político, en barrios, en comunidades, se potencia y se refuerza,
está claro que esta es la construcción del Estado que estamos haciendo hoy Bolivia, esta modernización del
Estado ya no es la modernización clásica de las élites, de las burguesías nacionales, sino que su tránsito es
evidentemente al socialismo.
Lo que estamos haciendo en Bolivia de manera dificultosa, a veces con retrasos, pero ineludiblemente como
horizonte de nuestro accionar político, es encontrar una vía democrática a la construcción de un socialismo
de raíces indígenas, que llamamos socialismo comunitario.
Este socialismo comunitario que recoge los ámbitos de la modernidad en ciencia y tecnología, pero que
recoge los ámbitos de la tradición en asociatividad, en gestión de lo común, es un horizonte. No
necesariamente inevitable, como nunca es inevitable la victoria de un proceso revolucionario: es una
posibilidad que depende de varios factores. En primer lugar de la propia capacidad de movilización del los
sectores sociales. Un gobierno no construye socialismo, el socialismo es una obra de las masas, de las
organizaciones, de los trabajadores. Solamente una sociedad movilizada que expanda e irradia y que tenga
la habilidad de irradiar y de defender y de expandir y de tener formas asociativas, formas comunitarias -
modernas y tradicionales- de toma de decisiones de producción de la riqueza y de distribución de la riqueza,
puede construir esa alternativa socialista comunitaria.
Lo que puede hacer un gobierno, lo que podemos hacer el presidente Evo, el vicepresidente, sus ministros,
es apuntalar, fomentar, respaldar, empujar ello, pero evidentemente, la obra del socialismo comunitario
tendrá que ser una obra de las propias comunidades urbanas y rurales que asumen el control de la riqueza,
de su producción y de su consumo.
Pero además, cualquier alternativa pos capitalista es imposible a nivel local, a nivel estatal, una alternativa
socialista, pos capitalista, que supere las contradicciones de la sociedad moderna, de la injusta distribución
de la riqueza, de la destrucción de la naturaleza, de la destrucción del ser humano, tiene que ser una obra
común, universal, continental y planetaria.
Por eso, rompiendo el protocolo académico, me dirijo a ustedes como luchadores, como estudiantes, como
revolucionarios, como gente comprometida que ama a su país, que ama a su pueblo, que quiere otro mundo
como indígenas, como jóvenes, como trabajadores. Bolivia sola no va a poder cumplir su meta. Les toca a
ustedes, les toca a otros pueblos, les toca a una nueva generación, les toca a otros países; hacer las
mismas cosas y mejores cosas que las nuestras, pero se trata de hacer, no de contemplar o ver. La
pasividad de otros pueblos es la derrota de nosotros. El movimiento de otros pueblos es nuestra victoria.
Por eso aquí, les venimos a decir en nombre del presidente Evo y del mío propio: nosotros estamos
haciendo lo que el destino nos ha colocado al frente, y no duden un sólo segundo, que solamente la muerte
detendrá lo que venimos haciendo, que mientras tengamos algo de vida, un átomo de vida, el compromiso
con este horizonte comunitario socialista de emancipación de los pobres, los indígenas, los trabajadores,
será nuestro horizonte de vida, de trabajo y de compromiso.
Les digo honestamente que no hay nada más hermoso que nos haya pasado en la vida que vivir este
momento, y haber acompañado al presidente Evo y acompañar esta insurgencia de los pobres, de los
humildes, de la gente despreciada y marginada. Pero no puede eso detenerse ni solamente observarse: es
la contribución que hace el pueblo boliviano con una profunda humildad a los procesos de transformación
del continente y del mundo. Ahora quienes tienen que actuar son ustedes, son ustedes los jóvenes, los
trabajadores, los profesionales, los comprometidos que con su propia experiencia, su propia capacidad, su
propia historia, tienen que asumir el reto de construir otro mundo, un mundo distinto, un mundo donde nos
sintamos todos contentos y felices, porque en otros términos eso es lo que llamamos socialismo, un mundo
de la socialización, de la felicidad y de la riqueza para todos.
Es el reto de ustedes compañeros, no nos dejen solos.

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