(Publicado en Diario Página 12 del 22 de Noviembre de 2010)
Tenemos en nuestra retina grabada la escena de Néstor Kirchner, tras recibir el bastón de presidente y jugar con él, como un niño travieso, sumergiéndose en la multitud para dar y recibir abrazos, inaugurando de esa manera el movimiento nacional, popular y latinoamericano en una nueva versión. No lo vimos entonces, pero eso era lo que inauguraba Néstor en el cercano o lejano 2003, según quién lo mire. Ese movimiento que Néstor ponía en marcha es el que Cristina retoma. Muestra clara de ello es el primer acto público que realiza tras la muerte de su esposo, pues se dirige directamente a los obreros de la fábrica Renault. El líder y el pueblo en relación directa y dialogal por sobre las instituciones, característica fundamental de los movimientos. ¿Qué son, pues los movimientos?
Los movimientos están constituidos por vastos sectores sociales populares que constituyen lo que en nuestra práctica política hemos denominado siempre como campo popular. Hablamos de sectores populares más bien que de clases sociales porque en las sociedades en las que se conforman los movimientos populares no se dan, entre los diversos grupos sociales, los contornos nítidos que son propios de las clases sociales.
Así, en nuestra sociedad es muy difícil ubicar en una clase social propiamente dicha a los cuentapropistas, a los villeros, a los que tienen trabajo temporario, a los desocupados. Esto no significa negar la existencia de las clases sociales, sino tomar cuenta que éstas se encuentran desdibujadas, con contornos confusos. Los sectores englobados por un movimiento van desde la clase obrera ocupada, a los trabajadores desocupados, a los villeros, pasando por los abigarrados y vastos sectores medios hasta los empresarios medianos. Si hay algo ambiguo, sumamente complejo, es todo lo que incluye el nombre de “clase media”.
En segundo lugar, los diversos sectores sociales para construir el movimiento se unen alrededor de grandes ejes que expresan sus problemas fundamentales y los de toda la nación. Así, cuando se forma el peronismo en la década del ’40, algunos de esos grandes ejes fueron la construcción de las organizaciones gremiales de los trabajadores, las obras sociales, la industrialización, la nacionalización de los resortes fundamentales de la economía, el voto de la mujer y otros.
En tercer lugar, los movimientos surgen de abajo, en un proceso de lenta gestación, alrededor de necesidades comunes de los sectores populares que se expresan en los grandes ejes que acabamos de citar. El proceso de gestación, en un determinado momento, encuentra la manera de expresarse, de salir a la luz y conformarse orgánicamente. El peronismo sale a la luz pública de una manera inesperada, el 17 de octubre de 1945.
Desde un punto de vista es correcto decir que nadie lo preparó. El 17 de octubre fue la reacción espontánea de los sectores populares ante la agresión de las clases dominantes. Pero desde otro punto de vista, se debe decir que tuvo un largo proceso de preparación. Desde la crisis del movimiento yrigoyenista al que suplantó, venía gestándose en las entrañas del pueblo.
En cuarto lugar, en la conformación del movimiento es esencial el surgimiento de un líder, un conductor que exprese cabalmente el sentimiento, los anhelos, las reivindicaciones, las utopías del pueblo. El líder no se elige, surge y se legitima por su accionar, su comprensión del proceso, su capacidad de dialogar con el pueblo.
Los partidos en cambio se conforman alrededor de determinados principios que se establecen en documentos que elaboran sus dirigentes. La pertenencia al partido depende de la adhesión a los mismos. Los partidos se constituyen desde arriba. Para formar un partido basta la voluntad de algunos ciudadanos. Naturalmente que el partido tendrá éxito si de alguna manera expresa intereses de las clases que lo componen, pero ésta es otra cuestión.
Cualquier grupo de ciudadanos con voluntad política puede formar un partido. Ello es absolutamente imposible si se trata de un movimiento. Por ello, es correcto decir que a los partidos se los forma, se los crea, mientras que los movimientos nacen por las necesidades de los sectores que los conforman, pero triunfan sólo cuando encuentran los instrumentos necesarios para ello. Nos referimos a las estructuras, las organizaciones, los análisis, etc. Los movimientos pueden ser ahogados en su mismo nacimiento si los sectores populares capaces de conformarlo, al salir a la superficie, no encuentran la manera de organizar su fuerza numérica. Sólo cuando ésta logra organizarse se puede decir que surgió el movimiento que venía gestándose.
- Los frentes y las agrupaciones políticas. Los frentes están constituidos por diversas agrupaciones políticas. Estas diversas agrupaciones se unen mediante un pacto, contrato o alianza que se realiza de acuerdo con un determinado programa, en el cual se especifican los límites precisos del frente, determinados por los objetivos que se persiguen. El frente puede ser hecho tanto para concurrir a una elección o para enfrentar determinado problema, como para plantearse objetivos de mayor profundidad. Pero cada sector o agrupación conserva su propia identidad, su propia libertad para actuar en todos aquellos problemas que no figuran expresamente en el programa conforme al cual se construyó el frente.
El movimiento es una unidad, actúa como un todo en todos los problemas fundamentales, aunque son admitidas las corrientes internas. Esto es sumamente importante. La unidad como un todo del movimiento puede degenerar en la dictadura corporativa si no se respetan las diferencias. Debe ser unidad en la diferencia, totalidad dialéctica de universalidad y particularidades. El frente, por el contrario, actúa unitariamente sólo en los problemas explícitamente contenidos en el programa que se ha pactado.
Vemos así al movimiento como una etapa distinta al frente. En el movimiento los diversos sectores sociales encuentran la manera de superar sus diferencias circunstanciales y unirse en todo aquello que les interesa vitalmente. No significa ello que el movimiento descarte al frente. Ello no puede ser, porque es prácticamente imposible que todos los sectores confluyan en el movimiento. El movimiento se planteará el frente con los sectores populares que no han entrado en él.
- Yrigoyenismo y peronismo. En la Argentina moderna, la que entra en la órbita del capitalismo iniciando su proceso de industrialización, los sectores populares siempre que lucharon eficazmente por sus intereses, lo hicieron en movimientos populares. Así aconteció con el yrigoyenismo y el peronismo. Ello no significa menoscabar o desconocer las luchas por la liberación que diversos sectores populares libraron en el seno de otras agrupaciones políticas, sino sólo señalar que los sectores populares pudieron reivindicar eficazmente sus derechos cuando se organizaron en vastos movimientos populares.
El primero de estos movimientos en la Argentina moderna fue el yrigoyenismo. Formado a fines del siglo pasado, llegó al poder a principios de este siglo, para entrar en crisis en la década del ’20, con el triunfo del alvearismo en su seno. Esta crisis tiene un lento y largo desarrollo que encuentra su solución recién en la década del ’40, cuando los sectores populares, con su fuerte componente obrero, logran organizarse en un nuevo movimiento, o logran pasar a una nueva etapa superior a la anterior.
El peronismo es este nuevo movimiento. Su gestación y lento desarrollo abarca desde la década del ’20 a la del ’40. El 17 de octubre constituye su salida a la luz, su emergencia a la superficie, “El subsuelo de la patria sublevada”, como diría Raúl Scalabrini Ortiz. Ese 17 de octubre no fue un milagro. Fue repentino, inesperado, pero conoció una larga gestación que sólo esperaba el momento oportuno para aparecer.
El movimiento repentinamente salido a la luz logra imponerse porque el trabajo de Perón, de Evita, de los integrantes de Forja y de otros compañeros le habían preparado los instrumentos necesarios. En la década del ’50, el peronismo entró en crisis como movimiento popular, como movimiento de liberación. La crisis se prolonga hasta la década del ’70, en la que finalmente se resuelve con la derrota del proyecto de liberación en su seno.
Por largos años el grueso de los sectores populares tuvo en el peronismo su referente político natural y la mayoría de sus cuadros populares se alistaron en sus estructuras para lograr eficacia en sus reivindicaciones. Finalmente, en los ’70, el proyecto de liberación es derrotado en el seno del peronismo. Ello creó la necesidad de que surgiese la nueva etapa del movimiento popular.
- Kirchner y la pueblada de diciembre de 2001. La pueblada del 19-20 de diciembre de 2001 significó un quiebre profundo en la conciencia de gran parte de los sectores medios que se unen, de esa manera, a los sectores populares que ya venían resistiendo con sus MTDs, piquetes, marchas, y cortes de ruta. El movimiento popular estaba ahí pero sólo en-sí, como diría Hegel.
El grito que atruena en Plaza de Mayo y se expande por las calles, plazas y parques de Buenos Aires y de otras ciudades del interior es “¡que se vayan todos!, ¡que no quede ni uno solo!”. En ese grito se expresa el quiebre el neoliberalismo, de los partidos políticos que lo habían asumido y, con ello, un rechazo visceral a la política. Como nunca se marcha, se forman grupos, surgen asambleas en las que se debate política al mismo tiempo que se rechaza la política.
De esa manera se tiraba al bebé, o sea, la política, con el agua sucia, es decir, los partidos políticos y los dirigentes políticos, responsables de la debacle. Poco a poco el movimiento se va apaciguando. Las asambleas, numerosas, bulliciosas, llenas de debates, al principio, se van apagando. A los tres años sólo quedan algunas, mientras que los políticos a los que se los conminaba a irse, volvían. Quedó la sensación muchas veces expresada de que no sólo no se fueron, sino que volvieron todos.
¿Fue ésa entonces una pueblada fallida? ¿No quedó nada de ella? Hubo alguien con un olfato político especial que leyó correctamente lo que había sucedido en 2001, y ése fue Néstor Kirchner. Por caminos azarosos llega a la presidencia en 2003 e inmediatamente comienza dar respuestas a los problemas que se encontraban implícitos en el “¡que se vayan todos!”. Limpieza de la Corte Suprema, descabezamiento de la cúpula militar, política de derechos humanos, no represión de la protesta social. Podemos seguir con las medidas, profundizadas luego durante la presidencia de Cristina, pero ello no es necesario. Lo que sí es necesario es tener claro que de lo que se trataba era de retomar el proyecto nacional, popular, latinoamericano, destrozado cruelmente desde la dictadura militar genocida con su culminación en la nefasta década del ’90.
Es el proyecto nacional y popular autocentrado, es decir, que mira en primer lugar al mercado interno, lo que supone industrialización, plena ocupación y amplio desarrollo de la cultura a partir de la promoción y defensa de la escuela pública en todos sus niveles. El proyecto no se restringe a los meros límites de la nación. Esta es la patria chica que sólo se podrá realizar en el horizonte de la Patria Grande Latinoamericana. Los pasos que se dieron en ese sentido son más que evidentes y prometedores.
¿Qué pasa entonces con las instituciones? Estas son instrumentos necesarios del movimiento. Si éste es vigoroso también lo serán las instituciones. Cuando se hace la prédica del salvataje de las instituciones, de hecho lo que se pretende es la derrota del movimiento. Quieren instituciones sin movimiento popular, es decir, instituciones que sirvan de pantalla a los grandes intereses monopólicos que se pretenden democráticos.
Es revelador ver a nuestros defensores de las instituciones, de la calidad institucional, asaltar las comisiones de la Cámara de Diputados para luego proclamar, como lo hizo Pino, que se trata de un “día histórico”. El triste espectáculo de la legislatura, obediente a las órdenes de la profetisa de los Apocalipsis, tratando de poner obstáculos a la gestión de gobierno es la realidad de los defensores de las instituciones o de la calidad institucional.
* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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